jueves, diciembre 21, 2006

Humano, blanco e indefenso

Comentario a la exposición del conflicto mapuche, de Ingrid Toro.

Tal como se indica, el conflicto de interéses entre el Estado Chileno y el pueblo mapuche pareciera que no encontrará solución mediante una vía judicial, y en menorcísimo menor grado, a través del amedrentamiento infringido por el Ministerio del Interior y que busca "apaciguar" la Araucanía con fórmulas rotuladas como "antiterroristas".

Si bien los actos que se han atribuido a la Coordinadora Arauco-Malleco (como quema de predios, ataques a empresas, secuestros y atentados incendiarios a propietarios) son tipificables como claros delitos que alteran la "normalidad" y convivencia de la sociedad es que, precisamente, tal "normalidad" debe ser comprendida como un valor previo a los sucesos actuales y que no es exclusivo del pueblo no-mapuche.

La ocupación -entendida como la usurpación de territorios ajenos por vía forzosa- fue una práctica que sustentó el período de Conquista desde hace ya 450 años. La búsqueda del oro trajo consigo a una febril tropa de españoles dispuestos a extinguir habitantes originales, y apropiarse de sus tierras, altamente productivas. Pero la tierra no se transa, no se vende ni se entrega desde la cosmogonía mapuche.

Al "pueblo de la tierra" no se les puede quitar la tierra, o si no su autodenominación como cultura no tendría sentido. Sin tierra, la carga semántica de la palabra Mapuche se extingue.

Esa extinción forzosa a la que el Estado Chileno somete al principal pueblo indígena del país debe interpretarse como una eliminación sistemática de la diferencia racial que ocupa territorios fértiles y que pueden ser mejor explotados por el mestizaje industrial o la inversión aria-nacional. El desplazamiento producto de la ocupación legal del estado no permite discusión ni diálogo para encontrar puntos medios: la expropiación es silenciamiento, el reduccionismo es una triste fórmula de confinamiento de un pueblo antiguamente soberano a terruños muertos y que condenan su cultura a la muerte.

Las prácticas de reparación históricas que ejecutan los gobiernos de la Concertación sólo contemplan la valoración cultural, factor que no es menor, pero que no alcanza a cubrir la demanda económica. El mapudungun está en Windows: bonita iniciativa, que seguramente permitirá la subsistencia de la lengua más allá de los vaivenes tecnológicos de renovación productiva. Pero ¿como superamos el hambre de justicia?.

La huelga de hambre de Waikilaf Cadín Calfunao, hijo de la cacica Juana Calfunao, estudiante de Derecho de la Universidad de la Frontera, no ha sido considerada por las autoridades. No aparece en la prensa. No es motivo de manifestaciones de sus pares abogados, a pesar de que ya el proceso en su contra adquiere una cierta ilegalidad. No existe para la opinión pública. El mapuche solo aparece como una bestia, indígena y peligrosa.

Entonces, podemos entender que la estrategia de silenciamiento que ha hecho el Estado chileno con el conflicto mapuche apunta a que el resto de la ciudadanía sienta temor por estos "terroristas" que en cualquier minuto pueden quemar el predio de alguien humano, blanco e indefenso.

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